JUANJO

JUAN JOSÉ GARCÍA – Equipo del CUI
SIEMPRE NOS QUEDARÁ EL FUTBITO

VEINTICINCO AÑOS DE SOLIDARIDAD Y SOCIABILIDAD

      Se veía venir. Y, sin embargo, no se ha podido evitar. Al igual que le ha ocurrido a tantas otras prácticas de raigambre divina o humana, la incontenible marea capitalista ha anegado también los fundamentos del fútbol, transformándole en un prosaico artículo de consumo. En poco más de medio siglo, el deporte-rey ha interiorizado a escala universal no pocos de los aditamentos que certifican su inequívoca instrumentalización como una simple mercancía más.

      La metamorfosis es irreversible y tiene aún cuerda para rato. En la misma medida en que vayan prosperando el culto al individualismo (heroización de los destacados), el éxito como imperativo categórico (incentivación por resultados), la mercadotecnia compulsiva (trivialización de camisetas y demás símbolos), el chalaneo de los jugadores (distanciamiento de la masa social), la sobrerrepresentación de los clubes (refugio de tiburones ávidos de reconocimiento) y el acceso desigual a las retransmisiones (pago por visión), el capitalismo incrementará significativamente las posibilidades de fagocitarle completamente.

      Con mínimo margen de error cabe pronosticar que el estruendo mayor aún está por llegar. El aventurerismo histriónico de los directivos, la vida privada de los futbolistas, la manipulación de las audiencias, el mangoneo de los federativos, la mezcla de frivolidad y profesionalidad, la sustitución del análisis por el mamoneo, el compadreo con marginales y tramas negras y la inminente liquidación de los marcos tradicionales de competición son otros tantos fondos de saco a la espera del oportuno soliviantamiento mediático para agitar el mercado y multiplicar los dividendos.

      Por lo demás, cualquier mente que no haya entrado en hibernación intelectual puede percibir nítidamente que el “abrazo del oso” que el capitalismo ha endosado al fútbol conlleva el desalojo de sus señas de identidad. De hecho, están descolgándose a marchas forzadas de su ideario presupuestos tan básicos como la sociabilidad, la solidaridad y el compañerismo; aspiraciones tan enriquecedoras como la diversificación de los contactos, la compartición del esfuerzo y la competencia lúdica; igualmente, en fin, incentivadores psico-físicos tan gratificantes como el fulgor de un regate inverosímil, el vértigo de la velocidad creativa, el esplendor de un chutazo antológico, el estallido de la plenitud física, la losa del cansancio insuperable, la chispa de una pillería imprevista, el colmo de la autosuficiencia veterana, la alegría incontenible por el tanto propio y la encorajinada rebeldía frente al gol ajeno.

      Así las cosas, ¿queda algo fuera de la descomunal tramoya que nos ha secuestrado el fútbol? Queda, cuando menos, el futbito, en su acepción de deporte modesto y reservorio de ideales sociales. En su pequeño mundo, en el exiguo rincón que ocupa en el trastero del capitalismo, cabe todavía ejercitar con naturalidad las aspiraciones que informaron al deporte en general y al fútbol en particular desde la eternidad: la convivencia lúdica y la solidaridad intergrupal.

      Veinticinco ediciones contemplan ya al Campeonato de Profesores, impulsor de una incansable turbina de sociabilidad con nuestros allegados, con nosotros mismos, con el gremio docente, con los equipos contrarios y con quienes dirigen el cotarro. Ahí es nada celebrar las bodas de plata de prácticas tan especiales como modular sorteos, arbitrar los propios impulsos atávicos, acudir a la cancha nevando, peregrinar al extrarradio, cambiar frecuentemente de estadio, financiar el transporte, el equipaje y el campo, competir a horas intempestivas y entrar en la leonera con más cincuenta tacos. Ello no obstante, tengo para mí que el campeonato se hizo cívicamente mayor el día en que dos equipos ahogaron en futbito el sonrojo de un malhadado golpe de estado.

      Siempre, en efecto, nos quedará el futbito, la práctica deportiva que José Mari acunó en oscuros patios de colegio y que Toño y Félix han transformado en palestra de galantería y respeto. Para siempre nos acompañarán, ciertamente, la imponente estampa del cancerbero J. J., el sutil toque de Barahona, la fiera acometividad de Rozas, los alados arabescos de Edu, el disparo “folha seca” de Pico, el regate imposible de Tomy, la férrea combatividad de Alberto, el sobrio pase de Julio, el avance “en manada” de Santillana, la exultante juventud de “Concepcionistas”, la orgullosa entereza de “Diego Marín”, los inagotables vaivenes de “Lerma”, la pautada progresión de “La Politécnica”, el desconcertante vuelo de “Educación Social”, el orden espartano de “La Merced”, el porte cardenalicio de los directivos Pampliega y Medrano, el recuerdo imperecedero de los que nos dejaron… y tantas otras instantáneas más.

      No es este, sin embargo, un texto complaciente. Sustenta, más bien, la crítica inmisericorde de una práctica deportiva que, siendo unívoca en origen, se ha diversificado en horizontes antagónicos por mor del sistema que nos ha tocado vivir: el fútbol profesionalizado, ferozmente inficcionado de prosaísmo, y el futbito a ras de tierra, que sobrevive a duras penas en el patio de atrás con su carga moral a cuestas.
A manera de contrapunto filosófico para gladiadores irreductibles, diré, para concluir, que el desquiciamiento de todos los sistemas que en el mundo han sido ha comenzado siempre por el mismo sitio: con el desdoblamiento dialéctico de la realidad en dos planos contradictorios, con la suicida fascinación de la humanidad por avanzar como sea, aun a costa de erosionar su propia naturaleza. Escrito está: el éxito a cualquier precio es el mayor factor de morbilidad social. ¡Salud por siempre, compañeros!